viernes, 16 de noviembre de 2012

La Comunidad, tierra fértil para mi vocación

Presento esta reflexión desde el compartir, desde la pequeñez, desde el Espíritu, consciente de que no lo sé todo y, por tanto, atento para un continuo aprender.

La Comunidad es para mí: familia, preocupación, no egoísmos, sinceridad, generosidad, comunicación, compartir, apertura, equipo (hacia una misma dirección), riqueza y enriquecimiento, acompañamiento (en el desarrollo, crecimiento y maduración), sufrimiento y alegría, celebración, amor y expresión del mismo, unión, diversidad y Don. Seguramente cada uno de Uds. podrían añadir alguna palabra más, o muchas más, ¡háganlo!, puede ser un ejercicio interesante.

De muchas y diversas formas se nos ha dicho y se nos dice cuán importante es nuestra vocación, es una llamada, es un envío, es una responsabilidad, es un don. Algo que hay que cuidar, mimar, hacer crecer, un largo etcétera que conocemos. Aquí entra la importancia no sólo de mi semilla (vocación), sino, de la de los demás. La comunidad permite o puede permitir, al igual que la tierra, que en ella la semilla plantada se transforme llegando a pudrirse, romperse y dar fruto. Yo no tenía mucha agri-cultura pero con interés y un buen maestro se llega a aprender. No quiero meterme con citas y erudiciones que despisten, aunque hay textos y canciones que nos lo dicen más o menos claro: “Si el grano de trigo no muere en la tierra es imposible que nazca fruto, Pablo (hombre viejo-hombre nuevo), y otro largo etcétera.


Tenemos la suerte y el Don de tener por lo menos dos semillas que se han plantado, roto y fructificado. La más importante es Cristo, plantado (Encarnado), roto (Crucificado) y fructificado (Resucitado). La otra es san Vicente, el cual, según estoy estudiando, tuvo un proceso de plantarse, de romperse y de fructificar.

Muchas veces, yo diría la mayoría, los frutos no se ven o simplemente no nacen porque miramos el yo, y no el Yo; me explico, mientras no rompamos nuestro yo, no dejaremos de ver las cosas según mi yo, no veremos el jardín que tenemos alrededor, o la semilla que se ha plantado a mi lado, porque seguiremos bajo tierra, sin ver si quiera que el sol sale cada mañana esperando verme nacer.

Dicho de una forma más teológica: la importancia de romper el yo, y ver que hay un Él (Dios), un tú (mi hermano) y un Nosotros (Comunidad).

Muchos de nuestros padres mayores tienen buena agri-cultura, incluso algunos tienen huerto, ellos me entenderán bien cuando hablamos de regar, arar y limpiar para tener lechuguitas, cebollas, puerros, y el último largo etcétera. Pues con el mismo mimo y cariño, e incluso con más, es posible cuidar el huerto de La Comunidad. Sólo así, misioneros ya con fruto, plantados pero no rotos y otros por plantar tendrán la oportunidad de seguir y aprender el gran ejemplo del Buen Maestro, pudiendo ser plantados, rotos y dando fruto, un fruto abundante.
 
Ignacio Moneo Colmenar, CM

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