sábado, 21 de abril de 2012

Pascua Rural en Zamora, el lugar del Encuentro

Una compañera de 2º de Teología, compartió con tres miembros de la CIFI la Pascua Rural en Zamora, he aquí su experiencia:


El esplendor del Rey destruyó las tinieblas del mundo… Vacuas palabras para algunos, principio y fundamento de la vida de muchos. ¡El Señor ha resucitado! Lo cantamos, lo gritamos y lo experimentamos personal y sobretodo fraternalmente. Juntos, un grupo formado por Isaac, Montse, Juan Enrique, Sussy, Israel, Paul, Manuela, Juan, María y las hermanas Sor Charo, Sor Isabel, Sor Analí y Sor Elena, de muy diferente procedencia, nos vimos, de una y otra manera, reunidos para compartir y vivir en comunión la pasada Semana Santa; no sólo para ello, nuestro cometido era ofrecer ése nuestro tiempo para ayudar a los padres Javier y David. La razón que allí nos llevó a encontrarnos fue saber que humanamente es imposible atender las celebraciones de diecinueve pueblos entre dos personas, todos ellos pertenecientes a la comarca de Sayago en Zamora. Allí fue, concretamente en Carbellino, donde la casa parroquial se convirtió en nuestro transitorio hogar.

Muchos de nosotros no nos conocíamos. Cualquiera lo hubiera dicho, si a nuestra llegada nos hubieran visto. Una misma razón allí nos congregaba y sabernos acompañados celebrando aquellos días fue motivo suficiente para que, a nuestra llegada el miércoles, la timidez brillase sólo por su ausencia e hiciésemos de una sencilla mesa camilla, nuestro nuevo lugar de encuentro, que escucharía largas conversaciones, y que vería tanto alguna lágrima, fruto de permitir que la emotividad de aquellos días te llegase no sólo a erizarte la piel, sino también a tocarte el corazón, y por supuesto, muchas risas, risas siempre compartidas.

No vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos”. Éstas fueron las palabras que resonaron en nuestras cabezas y en nuestro corazón durante el jueves, día en que dejamos que el amor fraterno se hiciese aún más patente, deseando que no necesitemos un día que nos recuerde que anteponer el bien del Otro al nuestro, posibilitar que sea el Amor lo que nos llene y nos guíe, es la verdadera y universal Misión. Así comenzó el día en que celebramos la institución de la Eucaristía, día por el que hoy estamos todos nosotros invitados al gran banquete, Su banquete. Las tareas fueron repartidas y, tras pasar la mañana con los ancianos de Almeida, empezaron las celebraciones que acabaron con una conjunta Hora Santa en la que también pudimos disfrutar del recogimiento en oración personal, para finalizar el día sentados a la mesa, emulando la cena del Señor y disfrutando de nuestra compañía.

Al grito de “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que durante el día dio paso al esperanzador canto de “Victoria, Tú reinarás”, empezó el viernes. Las celebraciones prosiguieron, dándonos también la oportunidad de postrarnos y agachar la cabeza ante la cruz sabiendo que Él, por amor, por nosotros se entregó; siendo varias las veces que, junto al pueblo, recorrimos el camino hacia la Muerte. También hubo lugar para anecdóticas experiencias que con cariño recordaremos siempre con una sonrisa, protagonizadas tanto por el grupo como por los zamoranos, quienes con su peculiar idiosincrasia castellana, nos acogieron en todo momento mostrando un gran agradecimiento y una sencillez encomiable.

En el silencio de la reflexión, sabiéndonos culpables tras haber dejado que cargara con nuestra cruz, iniciamos la mañana desértica del sábado. Tiempo a oscuras para encontrarnos con nosotros, para encontrarnos con Él; tiempo de preparación hacia el clamor que en la vigilia alto sonaría: “¡Ésta es la noche en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso!”. La ermita de la Virgen de Gracia fue testigo de la alegría al ver de nuevo la luz brillando, presentes todos los participantes de la Pascua rural y las gentes de los pueblos vecinos, todos unidos a una sola voz: “¡La luz de Dios en Él brilló, la vida nueva nos llenó! ¡Alegría y Paz hermanos, que el Señor resucitó!”.

Un último día, Domingo, en que las procesiones del encuentro entre el Resucitado y su Madre dejaron traslucir la satisfacción de sabernos unidos en Él y con Él. Últimos momentos para compartir: comida y viaje de vuelta. Conociendo que ésta no es una Pascua más, que cada una es nueva, como si de la primera se tratara; que la vuelta no era igual que  la ida, pues el Encuentro se había dado en cada uno de nosotros. Van quedando los posos de días importantes en que nuestro tiempo no sólo fue para nosotros, y por el que únicamente nos queda seguir agradeciendo. También dando las gracias a todas aquellas personas que, desde sus casas, se acercaron confiados a celebrar con nosotros; que nos acogieron y dieron la bienvenida no permitiendo que allí, en Zamora, nos sintiéramos en tierra extraña.

María Álvarez Martínez

jueves, 12 de abril de 2012

Pascua Rural en Valencia: unidad y diversidad


  La Semana Santa son días especiales para los cristianos, celebramos el núcleo central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. No todos pueden celebrar de la misma manera esta Fiesta, no todos tienen los recursos suficientes para ello, sea por trabajo, falta de sacerdotes,... Por ello, lo primero que quiero hacer es acordarme de todas estas personas.

  Como viene a ser habitual, en ciertos pueblos los sacerdotes han de hacer malabares para intentar llegar a los más posibles. Justamente por este motivo, para que no haya gente que se quede sin vivir la fe en estas fechas tan señaladas nos hemos reunido un grupo de personas con el objetivo de acercar a los demás el Misterio de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, celebrando y compartiendo nuestro tiempo, alegría, y sobre todo nuestra fe. Estas personas tienen nombre: P. Enrique, P. Juventino, Mª Dolores, Elena, Jaime, Marian, Ximo, Sole, Vicente (cada matrimonio con sus hijos/as como: María, Sara, Mirella, Anna, Ximo, David, Pau, Blanca, Carlos y Luz) y por último, un servidor (Ignacio Moneo Colmenar); de la misma forma los pueblos también lo tienen: Facheca, Famorca, Tollos, Balones, Benimassot, Benilloba y Beniarrés.


  Son días paradójicos, días en los que al igual que en nuestra vida cotidiana, podemos vivir todo con visos de plenitud o con visos de superficialidad. Depende de cada uno el dejarse o no llenar de Dios, vaciar por Dios, o ambas cosas.

  Aunque la atención de tantos pueblos y celebraciones requería la división (para organizarnos y llegar a todos), no por ello la unidad del grupo se veía difuminada ya que cada uno aprovechaba para compartir cualquier momento oportuno: desayuno, comida, desplazamientos…, degustando cada instante, especialmente el momento del desierto (sábado por la mañana), momento en el que pudimos compartir todos juntos nuestra fe de una manera más tranquila, compartir experiencias, reflexiones, vida e incluso anécdotas.

Para nosotros, como uno puede imaginarse, el día a día ha sido un no parar (y así ha de ser): ir de un pueblo a otro, preparar liturgia y cantos, llevar alegría y ganas de vivir las celebraciones, escuchar, hablar, compartir, reflexionar, orar, celebrar, reír, llorar, conducir… Ha sido una Pascua vivida desde la familiaridad, en Familia. Una sola familia formada por muchos miembros, como antes he apuntado, miembros variados en tamaño, altura, edad e incluso nacionalidad. Como diríamos en teología ha sido una pascua vivida desde el binomio unidad-diversidad, siendo enriquecedor para nosotros, y por supuesto, para todos/as con los que hemos estado.


  Es impresionante la belleza de las Iglesias que hemos podido conocer (templos muy bien cuidados), pero mucho más impresionante ha sido la gente agradable y participativa, la apertura de las personas, el compartir la celebración, comida, tiempo e incluso casa. Son momentos y situaciones que no sólo ayudan, sino que dan color y hacen realidad el gran Misterio del amor de Dios. Todo esto tomo mayor intensidad, como es normal, cuando todos pudimos decirnos unos a otros, esa frase que no se quedó en palabras: “¡Jesucristo ha resucitado!, ¡Verdaderamente ha resucitado! Nos lo dijimos en valenciano, en castellano y si hubiéramos sabido todas las lenguas del mundo lo hubiéramos dicho con todas ellas, pero como ninguno las sabíamos todas, lo hicimos desde el lenguaje universal, desde el lenguaje cristiano, desde el lenguaje de ese Jesús al que gritábamos, es decir, desde el Amor, manifestado con un abrazo, con lágrimas y con la alegría y el gozo de que nuestro Dios ha resucitado y nosotros con y por Él.


   Es justo y necesario dar gracias, lo primero a Dios por concedernos poder vivir esta Pascua, muerte y Resurrección de su Hijo, por poder estar en Familia, literalmente hablando, por la acogida y hospitalidad del P. Rafael y su santo recogimiento, y por la hospitalidad y cariño de los parientes del P. Javier Serra, que nos han recibido y acogido. Como no agradecer también la alegría, el compañerismo, la preocupación y el trabajo de grupo realizado en estos días, la chispa y color que los niños/as correteando por la casa, y el poder desgastarnos todos/as en el servicio a los demás.


   Ciertamente son momentos en los que hay que estar atento para ver y sentir al Señor en cada instante, son momentos para vivir intensamente sabiendo que lo importante está detrás de lo aparente. Nos hemos preparado 40 días para esta fiesta, 50 días la celebraremos intensamente y lo seguiremos haciendo cada Domingo del año. Que el Señor nos conceda poder vivirla cada día y si es posible hacerla vivir a los que os rodean. Por ello y para ello, ánimo, y como nos hemos dicho en estos días, Bon día.


Ignacio Moneo Colmenar