La Semana Santa son días especiales para los cristianos, celebramos
el núcleo central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo. No todos pueden celebrar de la misma manera esta Fiesta, no todos
tienen los recursos suficientes para ello, sea por trabajo, falta de
sacerdotes,... Por ello, lo primero que quiero hacer es acordarme de todas
estas personas.
Como viene a ser habitual, en ciertos pueblos los sacerdotes
han de hacer malabares para intentar llegar a los más posibles. Justamente por
este motivo, para que no haya gente que se quede sin vivir la fe en estas
fechas tan señaladas nos hemos reunido un grupo de personas con el objetivo de
acercar a los demás el Misterio de Dios hecho hombre, muerto y resucitado,
celebrando y compartiendo nuestro tiempo, alegría, y sobre todo nuestra fe.
Estas personas tienen nombre: P. Enrique, P. Juventino, Mª Dolores, Elena,
Jaime, Marian, Ximo, Sole, Vicente (cada matrimonio con sus hijos/as como:
María, Sara, Mirella, Anna, Ximo, David, Pau, Blanca, Carlos y Luz) y por
último, un servidor (Ignacio Moneo Colmenar); de la misma forma los pueblos
también lo tienen: Facheca, Famorca, Tollos, Balones, Benimassot, Benilloba y
Beniarrés.
Son días paradójicos, días en los que al igual que en
nuestra vida cotidiana, podemos vivir todo con visos de plenitud o con visos de
superficialidad. Depende de cada uno el dejarse o no llenar de Dios, vaciar por
Dios, o ambas cosas.
Aunque la atención de tantos pueblos y celebraciones
requería la división (para organizarnos y llegar a todos), no por ello la unidad
del grupo se veía difuminada ya que cada uno aprovechaba para compartir cualquier
momento oportuno: desayuno, comida, desplazamientos…, degustando cada instante,
especialmente el momento del desierto (sábado por la mañana), momento en el que
pudimos compartir todos juntos nuestra fe de una manera más tranquila,
compartir experiencias, reflexiones, vida e incluso anécdotas.
Para nosotros, como uno puede imaginarse, el día a día ha
sido un no parar (y así ha de ser): ir de un pueblo a otro, preparar liturgia y
cantos, llevar alegría y ganas de vivir las celebraciones, escuchar, hablar,
compartir, reflexionar, orar, celebrar, reír, llorar, conducir… Ha sido una
Pascua vivida desde la familiaridad, en Familia. Una sola familia formada por
muchos miembros, como antes he apuntado, miembros variados en tamaño, altura,
edad e incluso nacionalidad. Como diríamos en teología ha sido una pascua
vivida desde el binomio unidad-diversidad, siendo enriquecedor para nosotros, y
por supuesto, para todos/as con los que hemos estado.
Es impresionante la belleza de las Iglesias que hemos podido conocer (templos muy bien cuidados), pero mucho más impresionante ha sido la gente agradable y participativa, la apertura de las personas, el compartir la celebración, comida, tiempo e incluso casa. Son momentos y situaciones que no sólo ayudan, sino que dan color y hacen realidad el gran Misterio del amor de Dios. Todo esto tomo mayor intensidad, como es normal, cuando todos pudimos decirnos unos a otros, esa frase que no se quedó en palabras: “¡Jesucristo ha resucitado!, ¡Verdaderamente ha resucitado! Nos lo dijimos en valenciano, en castellano y si hubiéramos sabido todas las lenguas del mundo lo hubiéramos dicho con todas ellas, pero como ninguno las sabíamos todas, lo hicimos desde el lenguaje universal, desde el lenguaje cristiano, desde el lenguaje de ese Jesús al que gritábamos, es decir, desde el Amor, manifestado con un abrazo, con lágrimas y con la alegría y el gozo de que nuestro Dios ha resucitado y nosotros con y por Él.
Es impresionante la belleza de las Iglesias que hemos podido conocer (templos muy bien cuidados), pero mucho más impresionante ha sido la gente agradable y participativa, la apertura de las personas, el compartir la celebración, comida, tiempo e incluso casa. Son momentos y situaciones que no sólo ayudan, sino que dan color y hacen realidad el gran Misterio del amor de Dios. Todo esto tomo mayor intensidad, como es normal, cuando todos pudimos decirnos unos a otros, esa frase que no se quedó en palabras: “¡Jesucristo ha resucitado!, ¡Verdaderamente ha resucitado! Nos lo dijimos en valenciano, en castellano y si hubiéramos sabido todas las lenguas del mundo lo hubiéramos dicho con todas ellas, pero como ninguno las sabíamos todas, lo hicimos desde el lenguaje universal, desde el lenguaje cristiano, desde el lenguaje de ese Jesús al que gritábamos, es decir, desde el Amor, manifestado con un abrazo, con lágrimas y con la alegría y el gozo de que nuestro Dios ha resucitado y nosotros con y por Él.
Es justo y necesario dar gracias, lo primero a Dios por
concedernos poder vivir esta Pascua, muerte y Resurrección de su Hijo, por
poder estar en Familia, literalmente hablando, por la acogida y hospitalidad
del P. Rafael y su santo recogimiento, y por la hospitalidad y cariño de los
parientes del P. Javier Serra, que nos han recibido y acogido. Como no
agradecer también la alegría, el compañerismo, la preocupación y el trabajo de
grupo realizado en estos días, la chispa y color que los niños/as correteando
por la casa, y el poder desgastarnos todos/as en el servicio a los demás.
Ciertamente son momentos en los que hay que estar atento
para ver y sentir al Señor en cada instante, son momentos para vivir
intensamente sabiendo que lo importante está detrás de lo aparente. Nos hemos
preparado 40 días para esta fiesta, 50 días la celebraremos intensamente y lo
seguiremos haciendo cada Domingo del año. Que el Señor nos conceda poder
vivirla cada día y si es posible hacerla vivir a los que os rodean. Por ello y
para ello, ánimo, y como nos hemos dicho en estos días, Bon día.
Ignacio Moneo
Colmenar
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