jueves, 12 de abril de 2012

Pascua Rural en Valencia: unidad y diversidad


  La Semana Santa son días especiales para los cristianos, celebramos el núcleo central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. No todos pueden celebrar de la misma manera esta Fiesta, no todos tienen los recursos suficientes para ello, sea por trabajo, falta de sacerdotes,... Por ello, lo primero que quiero hacer es acordarme de todas estas personas.

  Como viene a ser habitual, en ciertos pueblos los sacerdotes han de hacer malabares para intentar llegar a los más posibles. Justamente por este motivo, para que no haya gente que se quede sin vivir la fe en estas fechas tan señaladas nos hemos reunido un grupo de personas con el objetivo de acercar a los demás el Misterio de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, celebrando y compartiendo nuestro tiempo, alegría, y sobre todo nuestra fe. Estas personas tienen nombre: P. Enrique, P. Juventino, Mª Dolores, Elena, Jaime, Marian, Ximo, Sole, Vicente (cada matrimonio con sus hijos/as como: María, Sara, Mirella, Anna, Ximo, David, Pau, Blanca, Carlos y Luz) y por último, un servidor (Ignacio Moneo Colmenar); de la misma forma los pueblos también lo tienen: Facheca, Famorca, Tollos, Balones, Benimassot, Benilloba y Beniarrés.


  Son días paradójicos, días en los que al igual que en nuestra vida cotidiana, podemos vivir todo con visos de plenitud o con visos de superficialidad. Depende de cada uno el dejarse o no llenar de Dios, vaciar por Dios, o ambas cosas.

  Aunque la atención de tantos pueblos y celebraciones requería la división (para organizarnos y llegar a todos), no por ello la unidad del grupo se veía difuminada ya que cada uno aprovechaba para compartir cualquier momento oportuno: desayuno, comida, desplazamientos…, degustando cada instante, especialmente el momento del desierto (sábado por la mañana), momento en el que pudimos compartir todos juntos nuestra fe de una manera más tranquila, compartir experiencias, reflexiones, vida e incluso anécdotas.

Para nosotros, como uno puede imaginarse, el día a día ha sido un no parar (y así ha de ser): ir de un pueblo a otro, preparar liturgia y cantos, llevar alegría y ganas de vivir las celebraciones, escuchar, hablar, compartir, reflexionar, orar, celebrar, reír, llorar, conducir… Ha sido una Pascua vivida desde la familiaridad, en Familia. Una sola familia formada por muchos miembros, como antes he apuntado, miembros variados en tamaño, altura, edad e incluso nacionalidad. Como diríamos en teología ha sido una pascua vivida desde el binomio unidad-diversidad, siendo enriquecedor para nosotros, y por supuesto, para todos/as con los que hemos estado.


  Es impresionante la belleza de las Iglesias que hemos podido conocer (templos muy bien cuidados), pero mucho más impresionante ha sido la gente agradable y participativa, la apertura de las personas, el compartir la celebración, comida, tiempo e incluso casa. Son momentos y situaciones que no sólo ayudan, sino que dan color y hacen realidad el gran Misterio del amor de Dios. Todo esto tomo mayor intensidad, como es normal, cuando todos pudimos decirnos unos a otros, esa frase que no se quedó en palabras: “¡Jesucristo ha resucitado!, ¡Verdaderamente ha resucitado! Nos lo dijimos en valenciano, en castellano y si hubiéramos sabido todas las lenguas del mundo lo hubiéramos dicho con todas ellas, pero como ninguno las sabíamos todas, lo hicimos desde el lenguaje universal, desde el lenguaje cristiano, desde el lenguaje de ese Jesús al que gritábamos, es decir, desde el Amor, manifestado con un abrazo, con lágrimas y con la alegría y el gozo de que nuestro Dios ha resucitado y nosotros con y por Él.


   Es justo y necesario dar gracias, lo primero a Dios por concedernos poder vivir esta Pascua, muerte y Resurrección de su Hijo, por poder estar en Familia, literalmente hablando, por la acogida y hospitalidad del P. Rafael y su santo recogimiento, y por la hospitalidad y cariño de los parientes del P. Javier Serra, que nos han recibido y acogido. Como no agradecer también la alegría, el compañerismo, la preocupación y el trabajo de grupo realizado en estos días, la chispa y color que los niños/as correteando por la casa, y el poder desgastarnos todos/as en el servicio a los demás.


   Ciertamente son momentos en los que hay que estar atento para ver y sentir al Señor en cada instante, son momentos para vivir intensamente sabiendo que lo importante está detrás de lo aparente. Nos hemos preparado 40 días para esta fiesta, 50 días la celebraremos intensamente y lo seguiremos haciendo cada Domingo del año. Que el Señor nos conceda poder vivirla cada día y si es posible hacerla vivir a los que os rodean. Por ello y para ello, ánimo, y como nos hemos dicho en estos días, Bon día.


Ignacio Moneo Colmenar

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